La cumbre de Dubái señala un camino que parecía imposible de transitar: el fin del petróleo, el carbón y el gas.
Treinta años de cumbres climáticas y movilizaciones ecologistas ha costado alcanzar un acuerdo que señala el camino para el fin de la era de los combustibles fósiles. Tras días de forcejeo, en el documento acordado por los casi 200 países reunidos en la cumbre del Clima (COP28) celebrada en Dubái figura por primera vez una mención explícita a la necesidad de una transición energética que deje atrás el petróleo, el carbón y el gas, principales causantes del cambio climático. Hasta ahora se había puesto el énfasis en la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero, obviando que son los combustibles fósiles los que las provocan. Intentos anteriores de acordar su eliminación progresiva fracasaron en las cumbres de Glasgow y Sharm el Sheij. Finalmente, se ha impuesto un término menos contundente, pero el pacto final supone una derrota clara de países como Arabia Saudí o Irak, que, como caras visibles de los intereses petroleros —Rusia lo hizo de forma sibilina—, han batallado para que no se mencionaran o se mencionaran de forma ambigua las materias ahora sentenciadas.
Se trata de un acuerdo histórico en la medida en que propone ir abandonando esos combustibles de los sistemas energéticos “de manera justa, ordenada y equitativa” y acelerar, “en este decenio crítico”, las medidas necesarias para lograr el cero neto de emisiones en 2050. El pronunciamiento es muy importante porque envía un mensaje claro al sistema financiero, la industria, los inversores y todo tipo de organismos públicos y privados sobre cómo deben orientar sus decisiones a partir de ahora.
El resultado es mejor de lo esperado en el inicio de la cumbre, celebrada paradójicamente en un petroestado. Ha habido intentos de desviar la atención hacia propuestas de solucionismo tecnológico como la defensa de las técnicas de captura del carbono en la que insistían muchos países. Esta tecnología —que consiste en separar el CO2 emitido por la industria y transportarlo a un lugar de almacenamiento geológico para aislarlo de la atmósfera— puede ser útil aún en industrias como las metalúrgicas, pero no por ejemplo en las eléctricas, donde las renovables son una alternativa más barata. En cualquier caso, la captura de carbono no es en absoluto la solución al calentamiento global.
Como dijo el presidente de la COP28, Sultán al Jaber, en la presentación del acuerdo, este “será tan valioso como lo sea su cumplimiento”, algo que depende ahora de que cada país adopte los objetivos acordados de eliminar gradualmente el uso de combustibles fósiles y las ayudas públicas que reciben, además de triplicar la capacidad de producción de las energías renovables y de duplicar la tasa de eficiencia energética antes de 2030. Todo tendrá que concretarse en los nuevos planes de reducción de emisiones que cada país ha de presentar dentro de dos años.
Estamos a tiempo de conseguir que la temperatura media del planeta no supere a final de siglo los 2,1 grados respecto a la era preindustrial, aunque cada vez resulta más difícil quedarse en los 1,5 planteados en el Acuerdo de París de 2015. Para ello es necesario un compromiso político firme que acelere la descarbonización de la economía. Con los actuales planes de reducción de emisiones, la temperatura se encamina, en el mejor de los escenarios, a aumentar entre 2,1 y 2,8 grados. El acuerdo de Dubái es un gran logro además porque se ha aprobado un fondo de pérdidas y daños para compensar a los países más vulnerables al cambio climático y para ayudarles a mitigar sus efectos, pero ahora hay que cumplirlo.
Fuente: El País 14 Diciembre 2023
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