lunes, 30 de septiembre de 2019

Amazonía, cuando los pueblos arden

Hoy no solo la selva amazónica arde, sino que la casa de 400 pueblos está en llamas. Son cientos de conocimientos y sabidurías para la sostenibilidad de la madre tierra, abocadas a desaparecer. Son cientos de miles de personas en riesgo de ser expulsadas de su casa para engrosar la miseria de los barrios marginales de Sao Paulo, Río de Janeiro, Lima o Bogotá.

Hicieron falta dos semanas de agosto para que los medios de comunicación occidentales empezaran tímidamente a hacerse eco de los incendios en la Amazonía; aún hoy, ya en pleno septiembre, siguen negándose a informar sobre los aún mayores en el África ecuatorial (Congo, Angola…). Ya ha pasado más de un mes desde que los primeros se declararon y tras unos pocos días en los informativos, la Amazonía ha desaparecido de nuevo de portadas y primeras noticias, aunque la situación persiste en su gravedad y el fuego abre nuevos espacios de vaciamiento del bosque.

Un dato que nos ilustra con absoluta claridad esta visión y el desinterés verdadero por lo que allá ocurra es el que nos dieron los gobiernos que se autodenominan como los más poderos del planeta, el G-7, durante su reunión en Biarritz. Coincidente ésta con el fuego que consumía miles y miles de hectáreas, y a fin de no parecer del todo insensibles y tener cierto protagonismo en los medios apareciendo como preocupados, se dignaron aprobar casi veinte millones para apagar el incendio; dinero que, posiblemente, nunca llegará a hacerse realidad.

El ridículo fue escandaloso, cuando las redes sociales les recordaron que el año anterior el compromiso internacional para recuperar el techo de Notre Dame en París había ascendido en escasas horas a varios cientos de millones. Resulta ser una evidencia triste del hecho de que hay destrucciones de ciertas “catedrales naturales” que nuestras poderosas e “inteligentes” autoridades siguen sin comprender; evidencia también de la hipocresía absoluta de estas élites.

Otra cuestión claramente mostrada en esos días fue la preocupación por la defensa de los ecosistemas en peligro. Primaron los análisis sobre el riesgo de acabar con el “pulmón del mundo”, sobre lo que eso supondría para el cambio climático, sobre las lluvias y sequías que vendrían, etc. Grave y preocupante situación, desde luego, y los análisis más o menos acertados haciendo un llamado a la conciencia de nuestras sociedades sobre el futuro que estamos definiendo para nuestro planeta y las generaciones que vendrán.

Pero, a pesar de lo encomiable del llamamiento y de la necesidad de todas esas reflexiones para la conciencia humana primó, una vez más, en la inmensa mayoría de las crónicas, de las imágenes televisivas, la siempre presente invisibilización de quienes durante siglos han cuidado, vivido y respetado la Amazonía.

Las informaciones tienden a trasladarnos una imagen de selva idílica donde habita en absoluta libertad y armonía solo fauna salvaje y flora endémica. Sin embargo, son más de 400 los diferentes pueblos indígenas, sobrepasando el millón las personas, que viven en este territorio. De alguna forma, es cómo si ardiera en dos semanas una de nuestras grandes ciudades y los medios de comunicación y la clase política solo nos hablaran, solo se preocuparan por el estado en el que quedarían edificios, calles y parques de la misma.

Lo cierto es que, una vez más, los intereses económicos de las élites han primado en los escasos pero unidireccionales análisis, declaraciones y reflexiones. Cierto es también que ha habido honrosas excepciones en esta visión, pero es innegable que cuando los medios y la clase política nos hablan de la Amazonía solo nos transmiten la idea de un paraíso o infierno verde y vacío. Y posiblemente, es en esto último donde una vez más está el quid de la cuestión.

Históricamente los procesos de colonización nos han trasladado la imagen de territorios vacíos, los famosos “terra nullius”, o territorios sin dueños. Ambos conceptos, sobre todo el segundo, despejaban el campo y la conciencia para la posterior invasión y ocupación colonial. Así, cuando ahora se habla de la Amazonía ésta es la idea que quieren imponer desde hace muchos años.

La comunidad internacional en diferentes momentos ha planteado la necesidad de que sea ésta la que se ocupe, la que administre la extensa cuenca amazónica por su importancia para la supervivencia del planeta. Por otra parte, los gobiernos de los ocho países que son parte de esta cuenca defienden que son ellos los responsables soberanos de la misma. Y unos y otros siguen ignorando a los verdaderos dueños del territorio, aquellos pueblos indígenas que han demostrado durante cientos de años que son los únicos que han sabido y saben de su correcto uso, conservación y disfrute sin poner en riesgo la biodiversidad y la sostenibilidad de los sistemas integrales de vida allí existentes.

Hoy, gobiernos pseudofascistas como el de Brasil consideran a las mujeres y hombres indígenas como un estorbo a eliminar para poder entregar esa tierra a mineros, ganaderos y agroindustriales. Y muchos otros gobiernos, como la mayoría de los que forman la “preocupada comunidad internacional” que, bajo la dirección de los poderes económicos, siguen viendo la Amazonía como un espacio inexplorado, repleto de riquezas hídricas, minerales, forestales, hidrocarburíferas, agroindustriales que hay que repartirse y poner en producción cueste lo que cueste. Incluso a costa de ese millón de personas que en sus declaraciones dicen defender pero ignoran, y que han demostrado verdaderamente saber cuidar la naturaleza, muy al contrario de quienes se presentan como sus teóricos defensores.

Por todo ello, hoy no solo la selva amazónica arde, sino que la casa de 400 pueblos está en llamas. Son cientos de culturas, de conocimientos y sabidurías, vitales entre otras, para la sostenibilidad de la madre tierra, abocadas a desaparecer. Son cientos de miles de personas en riesgo de ser expulsadas de su casa para engrosar la miseria de los barrios marginales de Sao Paulo, Río de Janeiro, Lima o Bogotá.

Y la pregunta, algunos dirán que ingenua, es si en este caso y ante esta realidad, actuaciones irresponsables de gobiernos como el brasileño y de quienes se mueven tras la cortina de humo del incendio, los intereses económicos de hacendados, oligarcas y transnacionales, verdaderos responsables últimos de esta situación, no pueden ser juzgados por crímenes de lesa humanidad. Otra pregunta en la misma línea es saber si esa hipócrita e interesada comunidad internacional que ha calificado como genocidios la muerte masiva, consciente y provocada de pueblos como el judío, no puede en este caso aplicar el mismo calificativo cuando se pone sobre la cuerda floja de la existencia a más de un millón de personas. O tendremos que suponer, nuevamente, que para este sistema neoliberal no todas las vidas y pueblos tienen la misma dignidad y derechos.

Límpiense sus lágrimas de cocodrilo, dejen de ver la Amazonía como un mercado de beneficios económicos para las élites locales y transnacionales y respeten la existencia de quienes han sabido construir modelos de vida respetuosos con la naturaleza. Saquen unos y otros sus manos de la Amazonía y ésta nos sobrevivirá. De lo contrario, no ya las generaciones venideras, sino nuestros inmediatos hijos e hijas verán morir y desaparecer ese espacio de rica diversidad humana y natural.

lunes, 23 de septiembre de 2019

Congreso Venezolano de Agroecología, por una agricultura sustentable

La coyuntura actual de Venezuela ante el asedio del gobierno de Estados Unidos exige el desarrollo de alternativas audaces vinculadas a la producción de alimentos, en respuesta a la acción desestabilizadora del mercado.
Para enfrentar las medidas coercitivas de Washington que generan pérdidas millonarias y dificultan la adquisición de insumos destinados a atender las necesidades del pueblo, el Ejecutivo bolivariano trabaja en la constitución de un movimiento agroecológico nacional, con vistas a reconfigurar el paisaje alimentario.

En ese accionar se impone la necesidad de un encuentro entre actores sociales e institucionales para promover estrategias que permitan generalizar la agroecología, entendida como el estudio de procesos ecológicos aplicados a los sistemas de producción agrícola.

El III Congreso Venezolano de esa especialidad, del 17 al 19 de octubre próximo en la Universidad Nacional Experimental de las Artes, en Caracas, constituirá ese espacio enfocado en aportar soluciones a las actuales problemáticas, responsables de la afectación al sistema alimentario en el país sudamericano.

Determinar los factores que permitan establecer sistemas agroalimentarios para proteger la vida y la salud del planeta es uno de los objetivos de este evento, aseguró en entrevista a Prensa Latina Dayana Ortiz, profesora de la Universidad Bolivariana de Venezuela.

A ello se suma la construcción colectiva de redes agroecológicas desde los territorios, mediante la articulación con comunas, movimientos sociales y otras formas de organización, urbanas y rurales.

El Congreso está estructurado en tres dimensiones, transversalizadas como sistemas agroalimentarios alternativos.

Destacan en ese sentido las acciones prácticas, entre ellas la producción de bioinsumos y el almacenamiento local de semillas, además de las experiencias de organización para la producción y los conocimientos pertinentes como resultado de procesos de aprendizaje, explicó Ortiz.

La también miembro de la Asociación Venezolana de Agroecología detalló que entre las temáticas emergentes del foro figuran el diseño y manejo agroecológico, los desafíos, posibilidades y limitaciones de esta modalidad, así como el control de insectos y enfermedades.
RAÍCES DE LA AGROECOLOGÍA EN VENEZUELA
La actividad agrícola en el país experimentó un comportamiento atípico dentro de la subregión latinoamericana, especialmente durante un largo período del siglo XX y lo que transcurre del XXI, reseñó Francisco Herrera, especialista del Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas.

Esta condición tiene entre sus causas la alta influencia de la renta petrolera que distorsiona la actividad económico productiva, social y cultural del país, lo cual se hace notable en la agricultura, en tanto las necesidades alimentarias de la población se han suplido a través de las importaciones, acotó.

Herrera señaló que la nación sudamericana vive actualmente un proceso de trasformaciones en base a una nueva institucionalidad, el cual se visualiza en dos períodos, según las políticas agroalimentarias.

El primero de ellos transcurre desde 1999, con la Constitución de la República, en la que se establece el papel del Estado en la promoción de la agricultura sustentable, hasta el paro petrolero de 2002, caracterizado por altos niveles de importaciones de bienes agroalimentarios.

De acuerdo con el doctor en Ecología, la segunda etapa se inició de 2003 en adelante, cuando el Gobierno adoptó medidas enmarcadas en el Plan de Desarrollo Endógeno, las cuales darían prioridad a la producción interna.
De esta forma, comenzó a fortalecerse la participación del Estado en la economía y en particular en los procesos de producción, transformación, distribución y consumo de bienes agroalimentarios.

Las conquistas ocurridas en el país en las últimas dos décadas constituyen una fortaleza para los movimientos sociales urbanos y campesinos, pues impulsan políticas públicas que favorecen la sustentabilidad rural como un eslabón fundamental en la construcción del nuevo pensamiento hegemónico agroecológico, consideró Herrera.
HACIA UNA SOCIEDAD AGROECOLÓGICA
El III Congreso Venezolano de Agroecología pretende ser un espacio para revelar protagonistas y fuerzas sociales que impulsen la actividad agrícola desde las comunidades.

La convocatoria de esta edición es abierta e inclusiva, por lo que se espera la participación de estudiantes, agricultores, académicos, e integrantes de las organizaciones o movimientos populares alimentarios, rurales y urbanos, enfatizó Ortiz.

A las actividades del foro, como las mesas de debate, se suman las ferias de semillas campesinas y productos agroecológicos, entre otras.

Esta tercera edición se propone la constitución de un movimiento agroecológico para generar planificaciones a nivel nacional y apoyar iniciativas locales, con influencia sobre políticas públicas futuras en los modelos agrícolas de Venezuela, puntualizó la especialista.

El I Congreso Venezolano de Agroecología se realizó en septiembre de 2014, en el estado de Falcón, hacia la construcción de una agricultura comunal, y la segunda edición tuvo lugar en 2016 en Aragua, con el propósito de aglutinar experiencias dentro de los procesos agroecológicos.

*Corresponsal de Prensa Latina en Venezuela

miércoles, 18 de septiembre de 2019

La Vía Campesina y el desafío de llevar la agroecología campesina a escala territorial: el papel de las escuelas

"Hoy existe una creciente tendencia de crear procesos formación agroecológica llevados a cabo por los movimientos sociales del campo. Entre las escuelas técnicas agropecuarias ‘convencionales’ apropiadas por las organizaciones campesinas, las escuelas no formales de capacitación o formación campesina y la construcción de instituciones de educación profesional, licenciaturas e ingenierías en agroecología, hay una verdadera efervescencia de propuestas, enfoques, metodologías y prácticas en la formación agroecológica, sobre todo en América Latina".
En los procesos territoriales de resistencia y transformación, los movimientos sociales del campo cada mas plantean la agroecología como elemento clave en una agricultura campesina ecológica, encaminado junto con la reforma agraria y la defensa de la tierra y el territorio a la construcción de la soberanía alimentaria en armonía con la Madre Tierra (Rosset, 2016; Rosset; Martínez-Torres, 2012, 2016). Pero transformar una agricultura campesina – muchas veces atrapada en modelos tecnológicos derivados de la Revolución Verde (monocultivo, semillas comerciales, fertilizantes químicos, agrotóxicos, etc.) en una producción agroecológica, requiere procesos de formación humana, de la base campesina, además de procesos sociales que estimulan el intercambio, innovación y socialización horizontal de prácticas productivas alternativas (Stronzake, 2013; McCune et al., 2014).

Por lo tanto, hoy existe una creciente tendencia de crear procesos formación agroecológica llevados a cabo por los movimientos sociales del campo. Entre las escuelas técnicas agropecuarias ‘convencionales’ apropiadas por las organizaciones campesinas, las escuelas no formales de capacitación o formación campesina y la construcción de instituciones de educación profesional, licenciaturas e ingenierías en agroecología, hay una verdadera efervescencia de propuestas, enfoques, metodologías y prácticas en la formación agroecológica, sobre todo en América Latina (Barbosa; Rosset, 2017a, 2017b).

Los movimientos sociales parten de una acumulación de trabajo teórico y práctico de formación política, emancipadora, así incorporando aportes de la educación popular, la educación autónoma, el concepto de intelectuales orgánicos y la visión de la ‘nueva mujer’ y el ‘nuevo hombre’, hacia la construcción de procesos formativos en agroecología (Stronzake, 2013; Barbosa, 2015; McCune, 2017). En particular se observan estos procesos en las organizaciones y procesos articulados por La Vía Campesina (LVC) y la Coordinadora Latinoamericana de Organizaciones del Campo (Cloc), su espacio continental (Martínez- -Torres; Rosset, 2011; Barbosa; Rosset, 2017b).

Es ante una coyuntura de crisis del capital transnacional financiero y su creciente necesidad de controlar los recursos mercantilizables del planeta – fenómeno inevitablemente vinculado con el discurso consumista que los medios comunicativos del capital proyectan hacia el seno de las voluntades individuales – que los movimientos sociales del campo construyen estrategias de formación con agroecología como eje de una lucha contra- -hegemónica (Rosset, 2016). En este sentido, la agroecología es, además de ser una disciplina científica y una práctica social, una herramienta en la auto-construcción del campesinado como sujeto histórico (Barbosa, 2015) que rechaza el consumismo, la mercantilización de la vida y la violación de la naturaleza (Rosset; Martínez-Torres, 2016; McCune, 2017).

Las y los sujetos individuales de formación, a menudo hijas e hijos de campesinas, pueblos indígenas y afro-descendientes, se convertirían en intelectuales orgánicos/as que no solamente sepan comunicar los argumentos del movimiento a la sociedad más amplia, sino también están preparados y preparadas para implementar la producción agroecológica en sus comunidades e ir tejiendo procesos asociativos de productores y productoras. Sin embargo, ya muchos movimientos y organizaciones se han dado cuenta que, a pesar de una verdadera proliferación de escuelas agroecológicas, la relación que pueden tener éstas con la transformación a nivel territorial hacia una ampliación, ‘masificación’ o escalamiento de la agroecología, no es tan directa o simple (McCune, 2017).

El presente ensayo se sitúa en tres reflexiones principales, los cuales hacen referencia a: (1) una “pedagogía campesina,” política-agroecológica, emergente, tanto en estas escuelas, como en los procesos agroecológicos territoriales; (2) a como llevar la agroecología campesina a una escala territorial (cada vez mas familias en cada vez mayores territorios), y (3) a como el territorio puede ser desplegado como mediador pedagógico para enlazar la pedagogía con la territorialización de la agroecología.

En la parte metodológica, hace falta una actualización de la propuesta de educación popular que surgió en los años 1960 del siglo pasado y su adecuación al mundo de hoy, particularmente respecto al contexto en que los actores sociales populares deben responder a las graves consecuencias ecológicas y sociales del modelo convencional de agricultura y alimentación. Si la educación popular nació en medio del problema estructural del latifundio (Freire, 1970), el problema de hoy es el modelo neoliberal y depredador del capital transnacional en su dominio sobre ecosistemas y pueblos.

El régimen corporativo de alimentos atenta en contra al planeta y sus habitantes: a la vez que produce unas tres veces las calorías necesarias al nivel mundial, también produce hambre, sed, contaminación, cambio climático, desiertos verdes, dependencias, enfermedades y graves injusticias.

Sin embargo, el modelo convencional se blinda en un ‘monocultivo del saber’ que confirma la legitimidad del sistema dominante a través de diversos medios: universidades, estaciones experimentales, propaganda comercial, supuestos reduccionistas y mitos. Recuperar y socializar los saberes y conocimientos populares que pueden romper el sistema de verdades del agronegocio, exige una actualización de la educación popular (Rosset; Martínez-Torres, 2016; Martínez-Torres; Rosset, 2014, 2016; McCune, 2017). Por lo tanto, este artículo parte de la necesidad de encontrar metodologías formativas que superan a los límites de la escuela en búsqueda de mayor relevancia para la reproducción social dentro del campo, dando respuesta a la necesidad de llevar la agricultura campesina agroecológica a la escala de territorios enteros, como parte del embate con el capitalismo extractivista del agronegocio, minería, etc. Hasta ahora se ha considerado la formación como un fenómeno centrado en el sujeto individual y sus procesos mentales; hace falta considerar las posibilidades de formación tomando como sujeto el territorio, en todo su complejidad humana, epistemológica, ecológica y sociocultural, para averiguar los métodos socio- -educativos adecuados para la reconfiguración territorial sobre bases agroecológicas (McCune et al. 2017a, b; McCune, 2017).

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El futuro de la humanidad y de la Tierra está ligado a la Amazonía


Leonardo Boff, la Amazonía está viviendo meses dramáticos. De enero a hoy, comparando con 2018, los incendios en la región aumentaron en un 145%. Un número devastador. La comunidad internacional se está movilizando. ¿Cómo clasificaría usted el comportamiento de la comunidad internacional?
La reacción fue muy fuerte y decisiva. El problema es que nuestro presidente no tiene modales civiles, no observa el protocolo oficial que subyace en la relación entre las autoridades. Ha ofendido al presidente francés Macron y a la canciller alemana Merkel. Es una persona mala y estúpida. No entiende nada de nada sobre el Amazonas ni sobre los indios. Quiere ocupar sus reservas naturales para el agronegocio y la minería. Pero cuando el problema toca la billetera, todo cambia. El presidente escuchó que los europeos ya no quieren soja y carne de Brasil, que el tratado comercial entre la Comunidad Europea y el Mercosur no se realizará sin un cambio radical de la política en relación con la Amazonía. Entonces cambió un poco su discurso.

Bolsonaro, desvariando, culpa salvajemente a las ONGs. ¿Cómo están las cosas?
Bolsonaro quiere reinventar Brasil en el marco de un ultraliberalismo radical. El modelo es la edad media religiosa, premoderna y preiluminada. Prácticamente ha desmantelado todo lo que Lula y Dilma hicieron en beneficio de los pobres. Ahora hay hambre en Brasil. Y el presidente, absolutamente paranoico, sale en televisión para decir que en Brasil no hay hambre. Un millón de familias han pasado de la pobreza a la miseria durante el año pasado y sufren hambre sistemáticamente. Todos los consejos de estado en las diversas esferas de la sociedad han sido abolidos. En resumen: “la era de la estupidez ha entrado en Brasil”. La sociología y la filosofía han sido prohibidas en universidades y otros cursos. Esto es para tener un pueblo que no piensa. Brasil, en esta lógica, puede convertirse en un país de parias, como la India.

Sabemos que en las bases de las políticas locas del gobierno existe la ideología “extractiva”, pero también existe el “soberanismo”, es decir, “el Amazonas es de Brasil”. Esto dice Bolsonaro. ¿Es así, Leonardo?

En este punto, Bolsonaro no tiene cultura ecológica. Creo que incluso los miembros del G7 tienen sólo una cultura ecológica “verde”, no como la del Papa Francisco que es una ecología “integral”.

He argumentado en varios lugares en estos términos, en el sentido de la nueva visión de la ecología. Desde la perspectiva de los astronautas que ven la Tierra desde fuera de la Tierra, todos dicen: la Tierra y la humanidad forman una sola entidad. No existe el planeta Tierra por un lado y la humanidad por el otro. Ambos forman una sola realidad. El ser humano es la porción inteligente, amorosa y sensible de la Tierra. Somos la Tierra, por eso el “hombre” viene de “humus”, tierra fértil, o “adam” en hebreo, o “tierra” en árabe. Somos más que hijos e hijas de la Madre Tierra... Somos la propia Tierra, que piensa, que ama, que cuida de todas las cosas. Esta es una idea de la mayoría de cosmólogos y astrofísicos.

Otro punto. Vivimos en la nueva fase de la Tierra, el proceso de planetización. Todos estamos en la misma Casa Común. Regresamos del exilio después de millones de años y ahora estamos todos juntos en un solo lugar, en el planeta Tierra.

La Tierra no es de nadie. Es un bien común de toda la humanidad y de toda la comunidad de vida (animales, árboles, microorganismos, etc.). La Amazonía es parte de la Tierra; Brasil no es el señor de la Amazonía. La Amazonía es de toda la Tierra, de toda la humanidad. Brasil posee sólo la gestión de esta parte, y la administra mal y de forma poco responsable. Hoy sabemos que la Amazonía, que abarca 9 países, es fundamental para el equilibrio del planeta, del sistema climático, de la absorción de dióxido de carbono, y además, regula el ciclo de lluvias en el mundo. Esto significa que toda la humanidad tiene una responsabilidad sobre la Amazonía, no es sólo de Brasil. El futuro de la vida en la Tierra se juega en la conservación o destrucción de la Amazonía. No estoy seguro de si los miembros del G7 tienen esta visión “integral” del problema.

Otro punto importante: en estas discusiones nunca se ha hablado de los pueblos indígenas, los habitantes originarios de estas tierras. Conocen el ritmo de la selva, saben cómo preservarla. Son nuestros maestros y doctores, no los científicos que tienen una visión desde afuera. La belleza del documento del Papa Francisco sobre el Sínodo Panamazónico es hacer que los nativos sean los protagonistas principales a fin encontrar soluciones verdaderas y sostenibles para este inmenso bioma (ecosistema).

Más allá de estas ideologías (extractivas y soberanistas), ¿cuáles son las “estructuras de pecado” que están devastando la Amazonía?

Las estructuras de pecado son la motosierra, la devastación sistemática de la selva por las maderas valiosas, por la biodiversidad, por elementos importantes para la medicina y especialmente por las “tierras ricas”, elementos fundamentales para la nueva tecnología 5G. Pero el mayor pecado es el exterminio de etnias enteras, la ocupación de sus reservas, la contaminación de los ríos debido a la extracción del oro. Muchos indígenas mueren de enfermedades porque la gente del agronegocio no quiere tratarlos y curarlos.
¿Qué está haciendo la Iglesia Católica para defender la Amazonía?

La Iglesia Católica es, ciertamente, junto con otras iglesias históricas como los luteranos, una presencia constante y exigente en defensa de los pueblos originarios. Existe el Consejo Misionero Indígena (CIMI), que ha estado trabajando sistemáticamente en la protección de los pueblos indígenas desde hace 30-40 años. El documento del Sínodo Panamazónico hace otro discurso. No se trata de convertir a las culturas sino de evangelizar en las culturas para que pueda surgir una iglesia con rostro indígena. En este sentido, se piensa en la ordenación de sacerdotes indígenas para crear esta nueva forma de iglesia que no sea simplemente una adaptación de las iglesias europeas.

El Papa Francisco, como sabemos, ha convocado para el próximo octubre un importante Sínodo sobre la Amazonía. En el muy denso y profundo “Instrumentum laboris” hay una propuesta para promover una “ecología integral” en la Amazonía. ¿Qué significa esto?

El sínodo es una derivación y aplicación de la encíclica Laudato Si’. Esto significa que debemos respetar este enorme bioma (ecosistema) en los 9 países, en su singularidad, en sus culturas, en sus idiomas. Así como los primeros cristianos hicieron su síntesis de la fe cristiana con la cultura greco-latina, así también la Amazonía debe hacer su camino. Crear realmente una eclesiogénesis. No será una iglesia occidental, sino indígena, afrolatinoamericana, con elementos de la tradición europea de la época colonial.

Precisamente en este documento se proponen nuevos caminos pastorales para la Iglesia en la Amazonía. Por ejemplo, hay una parte que puede llevar a una nueva visión de los ministerios. En especial el ministerio ordenado. Los conservadores están atacando este punto. ¿Piensa usted que el Sínodo será capaz de resistir?
El Papa Francisco tiene una enorme libertad interior y valor para abrir nuevos caminos. Yo creo que serán consagrados verdaderos presbíteros indígenas. Apoyo al obispo Erwin Kräutler, amigo del Papa, que defiende también ordenar mujeres. Dice que, en su diócesis –una de las mayores del mundo, a orillas del río Xingú–, las mujeres hacen todo lo que hace un sacerdote. ¿Por qué no permitir también la ordenación presbiteral de las mujeres?

Grandes teólogos como Karl Rahner y Luigi Sartori escribieron que no hay ningún dogma o doctrina que impida dar este paso. Todas las otras iglesias, incluidos los judíos, lo han hecho ya. La iglesia católica romana no puede seguir siendo una isla de patriarcalismo y antifeminismo. El Espíritu insta a la Iglesia a tomar esta decisión, por amor a los pueblos más alejados del mundo. Deus potuit, decuit, ergo fecit. [Dios podía hacerlo, y era bueno hacerlo... luego lo hizo].

Última pregunta: el Papa Francisco está dando un giro a la Iglesia en el sentido de la “Iglesia en salida” y de la sinodalidad. Sabemos que los enemigos de Francisco, que no son sólo eclesiásticos, están haciendo todo lo posible para limitar la fuerza de sus reformas. ¿Crees que el camino tomado por Francisco es irreversible?

Creo que el Papa Francisco ha inaugurado una nueva genealogía de papas de fuera del antiguo cristianismo europeo, donde vive sólo el 25% de los católicos. Nosotros en las Américas somos el 64%. Los otros están en África y Asia. Ha llegado el momento, en mi opinión, de que el camino del cristianismo en el mundo globalizado se haga a partir de estas nuevas iglesias, que tienen ya su madurez, su teología y su liturgia. Los que están en contra del Papa y el Sínodo son todos “herejes”, en el sentido original de la teología. La herejía no fue inicialmente una cuestión de doctrina sino de unidad de la Iglesia. Los que están en contra del Sínodo y del Papa Francisco rompen esta unidad. Son realmente herejes en el sentido verdadero y original de la palabra.

Publicada en RAI-Confini el 05-09-2019
Fuente: ALAI

martes, 3 de septiembre de 2019

La búsqueda de la “dieta perfecta”: ¿Una cuestión moral o nutricional?


la dieta perfecta
Un reciente estudio epidemiológico publicado en el British Medical Journal concluye que la sustitución de las grasas saturadas por poliinsaturadas quizá no prolongue la vida después de todo, lo que contradice décadas de opinión médica muy establecida. Curiosamente, esta conclusión no se basó en datos nuevos, sino en la reinterpretación de bases de datos ya conocidas. También asistimos a una tendencia creciente hacia la demonización del azúcar, con propuestas de imponer impuestos a las bebidas azucaradas.

La Chief Medical Officer británica, que aconseja al gobierno y al público en cuestiones de salud, ignoró la evidencia empírica que existe a favor del uso moderado del alcohol y hace poco redujo el límite diario recomendado para su consumo. Más tarde, la prensa reveló que el comité que elaboró estas directrices tenía estrechos vínculos con el movimiento por la templanza.

La ortorexia nerviosa, la preocupación excesiva por comer sano, se ha convertido en un problema clínico reconocido. Estos pacientes otorgan cualidades morales a su dieta y desarrollan sentimientos de afinidad hacia los alimentos que creen que mejoran la salud, así como sentimientos de aversión fuertes, incluso patológicos, contra la comida que creen dañina. Las emociones involucradas son tan potentes que estos pacientes llegan, paradójicamente, a perjudicar su nutrición en su búsqueda de la dieta perfecta.

Nuestros alimentos tienen una dimensión moral que creemos que afecta a nuestra salud. Pero la moralidad es un concepto humano que no se puede aplicar a la naturaleza, por lo que la división de los estilos de vida entre “buenos” y “malos” es engañosa. En realidad, no hay nada en la naturaleza que sea bueno o malo de por sí. Vemos, por ejemplo, al colesterol como algo malo y al ejercicio como bueno, pero nuestro cuerpo necesita colesterol para una variedad de propósitos importantes, mientras que el ejercicio físico puede ser peligroso y matarnos prematuramente.

La muy extendida creencia en la correlación inversa entre el placer y la salud determina las características morales que atribuimos a las comidas que consumimos y a nuestras opciones de estilo de vida. En esta perversa economía del placer, solo es posible alargar la vida a través de la renuncia al hedonismo, de la misma manera que los moralmente virtuosos renunciaron a los placeres de la carne para acceder al paraíso en tiempos más religiosos que los nuestros.

De esta manera, una dieta sana e insípida, en conjunción con vigorosos e incómodos ejercicios diarios, nos ganará el derecho a prolongar nuestras vidas. El placer no ganado, y por lo tanto ilícito (a través del consumo de alcohol, grasas y azúcar), será castigado con una muerte temprana.

Cimienta este enfoque moralista la idea de la naturaleza como una entidad personal, con un código ético y un plan. Parece que no hemos aceptado plenamente la idea de la evolución como algo mecánico y aleatorio, y seguimos atribuyendo una voluntad personal a la naturaleza, como la sucesora de Dios en nuestra sociedad secular. En este contexto, también vemos todas las cosas naturales como buenas y al artificio lo juzgamos como malo, ignorando el hecho de que la enfermedad y la muerte son acontecimientos muy naturales, que tratamos de evitar con la ayuda de intervenciones médicas perfectamente artificiales.

A la naturaleza (si se tratara de una persona, que no lo es) solo le importa la supervivencia y la reproducción. De hecho, nos gustan las grasas y el azúcar porque la escasez de calorías era la principal amenaza para la supervivencia en las sociedades preindustriales. La naturaleza nos ha implantado este deseo por la misma razón que nos ha programado para que nos guste el sexo: desear tanto las grasas como el sexo favorece la supervivencia y la reproducción.

Las cosas buenas se asocian con placer precisamente porque son buenas para nosotros, mientras que asociamos las cosas malas y peligrosas con el miedo y el dolor. Desafortunadamente, el placer también puede ser problemático para la supervivencia cuando se puede experimentar sin límites ni restricciones. La experimentación continua del placer a través del consumo también continuo de comidas de gran contenido energético anula el beneficio que estas comidas aportaban originalmente en términos de supervivencia.

De la misma manera que sentimos la necesidad de controlar nuestros deseos sexuales con normas morales para evitar el caos social, también parecemos haber desarrollado la necesidad de moralizar ciertas opciones placenteras cuyo acceso es hoy más sencillo que lo era antes.

Pero el caso es que, en última instancia, a la naturaleza le preocupan muy poco nuestras decisiones morales. Los nutricionalmente virtuosos también se morirán un día, al igual que el resto de nosotros, y tal vez no mucho más tarde.

F/  https://grandesmedios.com

II Lugar Premio de Periodismo “Dr. Manuel Palacio Fajardo” 2016

Desde el 06012014 - 4:35 p.m.