Hoy no solo la selva amazónica arde, sino que la casa de 400 pueblos
está en llamas. Son cientos de conocimientos y sabidurías para la
sostenibilidad de la madre tierra, abocadas a desaparecer. Son cientos
de miles de personas en riesgo de ser expulsadas de su casa para
engrosar la miseria de los barrios marginales de Sao Paulo, Río de
Janeiro, Lima o Bogotá.
Hicieron falta dos semanas de agosto para que los medios de
comunicación occidentales empezaran tímidamente a hacerse eco de los
incendios en la Amazonía; aún hoy, ya en pleno septiembre, siguen
negándose a informar sobre los aún mayores en el África ecuatorial
(Congo, Angola…). Ya ha pasado más de un mes desde que los primeros se
declararon y tras unos pocos días en los informativos, la Amazonía ha
desaparecido de nuevo de portadas y primeras noticias, aunque la
situación persiste en su gravedad y el fuego abre nuevos espacios de
vaciamiento del bosque.
Un dato que nos ilustra con absoluta
claridad esta visión y el desinterés verdadero por lo que allá ocurra es
el que nos dieron los gobiernos que se autodenominan como los más
poderos del planeta, el G-7, durante su reunión en Biarritz. Coincidente
ésta con el fuego que consumía miles y miles de hectáreas, y a fin de
no parecer del todo insensibles y tener cierto protagonismo en los
medios apareciendo como preocupados, se dignaron aprobar casi veinte
millones para apagar el incendio; dinero que, posiblemente, nunca
llegará a hacerse realidad.
El ridículo fue escandaloso, cuando
las redes sociales les recordaron que el año anterior el compromiso
internacional para recuperar el techo de Notre Dame en París había
ascendido en escasas horas a varios cientos de millones. Resulta ser una
evidencia triste del hecho de que hay destrucciones de ciertas
“catedrales naturales” que nuestras poderosas e “inteligentes”
autoridades siguen sin comprender; evidencia también de la hipocresía
absoluta de estas élites.
Otra cuestión claramente mostrada en
esos días fue la preocupación por la defensa de los ecosistemas en
peligro. Primaron los análisis sobre el riesgo de acabar con el “pulmón
del mundo”, sobre lo que eso supondría para el cambio climático, sobre
las lluvias y sequías que vendrían, etc. Grave y preocupante situación,
desde luego, y los análisis más o menos acertados haciendo un llamado a
la conciencia de nuestras sociedades sobre el futuro que estamos
definiendo para nuestro planeta y las generaciones que vendrán.
Pero,
a pesar de lo encomiable del llamamiento y de la necesidad de todas
esas reflexiones para la conciencia humana primó, una vez más, en la
inmensa mayoría de las crónicas, de las imágenes televisivas, la siempre
presente invisibilización de quienes durante siglos han cuidado, vivido
y respetado la Amazonía.
Las informaciones tienden a trasladarnos
una imagen de selva idílica donde habita en absoluta libertad y armonía
solo fauna salvaje y flora endémica. Sin embargo, son más de 400 los
diferentes pueblos indígenas, sobrepasando el millón las personas, que
viven en este territorio. De alguna forma, es cómo si ardiera en dos
semanas una de nuestras grandes ciudades y los medios de comunicación y
la clase política solo nos hablaran, solo se preocuparan por el estado
en el que quedarían edificios, calles y parques de la misma.
Lo
cierto es que, una vez más, los intereses económicos de las élites han
primado en los escasos pero unidireccionales análisis, declaraciones y
reflexiones. Cierto es también que ha habido honrosas excepciones en
esta visión, pero es innegable que cuando los medios y la clase política
nos hablan de la Amazonía solo nos transmiten la idea de un paraíso o
infierno verde y vacío. Y posiblemente, es en esto último donde una vez
más está el quid de la cuestión.
Históricamente los procesos de
colonización nos han trasladado la imagen de territorios vacíos, los
famosos “terra nullius”, o territorios sin dueños. Ambos conceptos,
sobre todo el segundo, despejaban el campo y la conciencia para la
posterior invasión y ocupación colonial. Así, cuando ahora se habla de
la Amazonía ésta es la idea que quieren imponer desde hace muchos años.
La
comunidad internacional en diferentes momentos ha planteado la
necesidad de que sea ésta la que se ocupe, la que administre la extensa
cuenca amazónica por su importancia para la supervivencia del planeta.
Por otra parte, los gobiernos de los ocho países que son parte de esta
cuenca defienden que son ellos los responsables soberanos de la misma. Y
unos y otros siguen ignorando a los verdaderos dueños del territorio,
aquellos pueblos indígenas que han demostrado durante cientos de años
que son los únicos que han sabido y saben de su correcto uso,
conservación y disfrute sin poner en riesgo la biodiversidad y la
sostenibilidad de los sistemas integrales de vida allí existentes.
Hoy,
gobiernos pseudofascistas como el de Brasil consideran a las mujeres y
hombres indígenas como un estorbo a eliminar para poder entregar esa
tierra a mineros, ganaderos y agroindustriales. Y muchos otros
gobiernos, como la mayoría de los que forman la “preocupada comunidad
internacional” que, bajo la dirección de los poderes económicos, siguen
viendo la Amazonía como un espacio inexplorado, repleto de riquezas
hídricas, minerales, forestales, hidrocarburíferas, agroindustriales que
hay que repartirse y poner en producción cueste lo que cueste. Incluso a
costa de ese millón de personas que en sus declaraciones dicen defender
pero ignoran, y que han demostrado verdaderamente saber cuidar la
naturaleza, muy al contrario de quienes se presentan como sus teóricos
defensores.
Por todo ello, hoy no solo la selva amazónica arde,
sino que la casa de 400 pueblos está en llamas. Son cientos de culturas,
de conocimientos y sabidurías, vitales entre otras, para la
sostenibilidad de la madre tierra, abocadas a desaparecer. Son cientos
de miles de personas en riesgo de ser expulsadas de su casa para
engrosar la miseria de los barrios marginales de Sao Paulo, Río de
Janeiro, Lima o Bogotá.
Y la pregunta, algunos dirán que ingenua,
es si en este caso y ante esta realidad, actuaciones irresponsables de
gobiernos como el brasileño y de quienes se mueven tras la cortina de
humo del incendio, los intereses económicos de hacendados, oligarcas y
transnacionales, verdaderos responsables últimos de esta situación, no
pueden ser juzgados por crímenes de lesa humanidad. Otra pregunta en la
misma línea es saber si esa hipócrita e interesada comunidad
internacional que ha calificado como genocidios la muerte masiva,
consciente y provocada de pueblos como el judío, no puede en este caso
aplicar el mismo calificativo cuando se pone sobre la cuerda floja de la
existencia a más de un millón de personas. O tendremos que suponer,
nuevamente, que para este sistema neoliberal no todas las vidas y
pueblos tienen la misma dignidad y derechos.
Límpiense sus
lágrimas de cocodrilo, dejen de ver la Amazonía como un mercado de
beneficios económicos para las élites locales y transnacionales y
respeten la existencia de quienes han sabido construir modelos de vida
respetuosos con la naturaleza. Saquen unos y otros sus manos de la
Amazonía y ésta nos sobrevivirá. De lo contrario, no ya las generaciones
venideras, sino nuestros inmediatos hijos e hijas verán morir y
desaparecer ese espacio de rica diversidad humana y natural.
Fuente: El Salto Diario
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