Por Alejandro Nadal
País África
Hace 15 años el multimillonario Bill Gates anunció que “la revolución verde había
dejado de lado al continente africano” y comenzó una cruzada para
llevar los beneficios de esa transformación productiva a toda África.
A partir de los años 1960 la revolución verde permitió
incrementar de manera importante los rendimientos (toneladas por
hectárea) de ciertos cultivos clave, en especial trigo y arroz, en
algunas regiones de India. Esos aumentos se debieron a un paquete
tecnológico que incluía el uso de semillas de alto rendimiento, insumos
agroquímicos y, por supuesto, inversiones en irrigación. El crecimiento
de los rendimientos puede atribuirse casi por igual al empleo de
semillas mejoradas, fertilizantes e irrigación.
Estos son los
beneficios que tanto impresionaron a Bill Gates. Desgraciadamente, Gates
no leyó con atención las señales que estaban en el campo en toda
África. El mensaje era claro: no es que la revolución verde hubiera pasado de largo a África. Simple y sencillamente, había fracasado.
Entre
1980 y 2004 el Consejo Consultivo de Centros de Investigación Agrícola
Internacional (Cgiar) invirtió 160 millones de dólares anuales en
transformar y modernizar la agricultura en África. Con esas inversiones no es posible afirmar que la revolución verde simplemente
había ignorado al continente africano. La realidad es mucho más
compleja e interesante. Pero Bill Gates prefiere configurar otra
narrativa más a su gusto.
La revolución verde vino
acompañada de varios problemas graves. Sin los insumos de agroquímicos y
la irrigación, los rendimientos no podían aumentar y las semillas
maravilla se quedaban sin rendir sus frutos. Por ese motivo los
beneficios fueron para los agricultores más privilegiados. De hecho,
muchos de los campesinos más pobres perdieron sus tierras al no poder
enfrentar el peso del endeudamiento para pagar los insumos. Esto condujo
a una mayor concentración de la tierra. Por el lado de la huella
ecológica, la revolución verde y sus insumos químicos dejaron
cuerpos de agua contaminados, suelos maltratados por la falta de
rotación de cultivos y una fuerte erosión genética. En India había
alrededor de 30 mil variedades de arroz utilizadas en la producción
antes de la revolución verde. En la actualidad, la cosecha en ese país se produce a partir de unas 10 variedades.
Con
este saldo es difícil imaginar que alguien quisiera repetir la
experiencia en África. Pero en 2006, la Fundación Gates lanzó su
iniciativa “Alianza para la revolución verde en África” (Agra).
Su objetivo: duplicar los rendimientos e ingresos de más de 30 millones
de hogares rurales en el continente para 2020. En estos días se ha dado a
conocer una investigación de Tim Wise (Universidad de Tufts y Small
Planet Institute), en la cual se demuestra que después de 10 años de
inversiones multimillonarias las metas de la iniciativa Agra están lejos
de ser alcanzadas. El análisis examina información a escala nacional
para los 13 países cubiertos por Agra y también evalúa datos a nivel
hogar en tres de ellos: Malawi, Zambia y Mozambique. (Este importante
documento está disponible en afsafrica.org).
Wise demuestra que
existe poca evidencia de que Agra esté en camino de hacer realidad sus
objetivos sobre rendimientos e ingresos. Cuando se encuentran señales de
progresos en esos rubros eso se debe a la existencia de programas
gubernamentales de subsidios para la adquisición de insumos: la difusión
del paquete tecnológico de Agra no se llevaría a cabo sin esos
subsidios.
Se puede pensar que buscar una solución tecnológica
para cualquier problema es el sesgo natural de una persona con la
formación de Bill Gates. Pero quizás hay algo más profundo. En 2010 la
Fundación Gates invirtió 23 millones de dólares en la compra de 500 mil
acciones de Monsanto, el gigante de las semillas transgénicas y los
agroquímicos como el glifosato. Desde entonces la postura respecto de
los transgénicos ha sido ambigua, pero hoy se sabe que Agra también
incluye ese tipo de semillas en sus programas de difusión tecnológica.
Lo
más grave de Agra es que deja de lado otro tipo de trayectorias
tecnológicas que son más eficientes para el manejo de agua, suelos y
recursos genéticos. Por ejemplo, técnicas de permacultura y agroecología
ya son aplicadas en muchas regiones de África y han demostrado ser más
eficientes y menos agresivas con el medio ambiente.
Estas técnicas
conservan la agrobiodiversidad y son además intensivas en trabajo, lo
que permite crear y conservar empleos en el medio rural y proporcionan
una mayor soberanía en las decisiones de los agricultores sobre la
mezcla de producto y las técnicas de producción.
Organizaciones
como Vía Campesina y la Alianza para la Soberanía Alimentaria en África
son dos ejemplos de organizaciones que buscan construir desde abajo
opciones que son tecnológicamente sanas y socialmente responsables. A
final de cuentas, Bill Gates prefiere buscar la solución que desea el
capital: apropiarse del proceso productivo campesino y convertirlo en un
espacio de rentabilidad.
Fuente: La Jornada
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