Este artículo describe los impactos de algunos proyectos agroecológicos
implementados en varios países en los últimos 30 años, que ilustran la
influencia del legado agroecológico heredado de las culturas originarias
de la región latinoamericana.
Por Miguel Altieri, Revista de Agroecología, 29 de septiembre de 2016
Aunque los europeos argumenten que investigadores como Bensin, Henin,
Tischler y Azzi mencionaron la palabra agroecología en sus escritos en
los inicios del siglo pasado (Wezel y otros, 2009), la agroecología
concebida como una ciencia que incorpora los avances científicos de la
ecología, agronomía, la antropología y la sociología rural y el saber
tradicional y local, comprometida políticamente con la agricultura
campesina y la soberanía alimentaria, nace en América Latina a inicios
de la década de los 80.
Es precisamente en nuestra región que la agroecología se expandió
rápidamente, adoptada y difundida inicialmente por ONGs preocupadas por
las consecuencias sociales y ecológicas de la Revolución Verde, que no
benefició al campesinado.
El Movimiento Agroecológico Latinoamericano (MAELA) y el Consorcio
Latinoamericano de Agroecología y Desarrollo (CLADES) jugaron un papel
clave en este despertar agroecológico. CLADES constituyó un programa
regional de investigación, capacitación y extensión diseñado para
fortalecer a los técnicos y campesinos en los principios y práctica de
la agroecología (las publicaciones de CLADES estan disponibles en
www.clades.cl).
El programa del CLADES se basó en la experiencia concreta de ONGs que
en esa época habían establecido fincas demostrativas que ilustraban en
sus diseños los principios agroecológicos que servían de faros
agroecológicos para los productores y, a la vez, implementaban proyectos
de desarrollo para revitalizar la agricultura campesina en varias
comunidades rurales.
La corriente más académica de la agroecología se consolida a nivel
regional con la creación de la Sociedad Científica Latinoamericana de
Agroecología (SOCLA), en 2007. Con más de 750 miembros, SOCLA ha
celebrado cinco congresos latinoamericanos –que han reunido a los
principales actores de la región– y ha creado dos doctorados regionales
de agro-ecología, con el objetivo de formar una masa crítica de
investigadores de alto nivel. También ha impulsado programas regionales
de investigación como REDAGRES (www.redagres. org) que moviliza a varios
grupos de trabajo que incursionan en agroecología y resiliencia ante el
cambio climático.
A inicios de los 90 se dieron a conocer al mundo los esfuerzos de los
colegas cubanos, entonces ligados a la Asociación Cubana de Agricultura
Orgánica (ACAO), que junto a cientos de campesinos ofrecían una
alternativa productiva para la isla en el período crítico en el que el
subsidio soviético de petróleo, fertilizantes, pesticidas, tractores,
etc. llegaba a su fin. A fines de la década de 2000, la Vía Campesina
adoptó la agroecología como un pilar fundamental de su propuesta de
soberanía alimentaria
(https://viacampesina.org/es/images/stories/pdf/CUADERNO%207%20LVC%20ESPANOL.compressed.pdf).
Hoy en día la agroecología es considerada como una ciencia
transformadora que debe implementarse en estrecho diálogo e interacción
con las organizaciones de agricultores, en un constante proceso de
innovación cognitiva, tecnológica y sociopolítica, íntimamente vinculada
a los escenarios políticos y a movimientos de resistencia campesina e
indígena.
A continuación se describen los impactos de algunos proyectos
agroecológicos implementados en varios países en los últimos 30 años,
que ilustran la influencia del legado agroecológico heredado de las
culturas originarias de la región (Altieri, 1999, y Altieri y otros,
2012).
Chile
Desde 1980 han existido en Chile organizaciones no gubernamentales
(entre ellas el Centro de Educacion y Tecnología [CET]), pioneras en la
aplicación de estrategias de desarrollo rural con base agroecológica,
destinadas a ayudar a los campesinos para lograr su autosuficiencia
alimentaria durante todo el año y, a la vez, reconstruir la capacidad
productiva de sus pequeñas parcelas.
El enfoque ha consistido en establecer varias fincas modelo pequeñas,
con una secuencia rotativa espacial y temporal de cultivos de forraje y
verduras, con árboles frutales y forestales en los bordes que e
integran animales mayores y menores. Los componentes se eligen según las
contribuciones nutritivas de los cultivos a las etapas rotativas
subsiguientes, su adaptación a las condiciones agroclimáticas locales,
hábitos locales de consumo y oportunidades de mercado (foto 1).
La rotación se diseña para producir la máxima variedad de cultivos
básicos en seis lotes, aprovechando las propiedades de restauración del
suelo y el incremento del control biológico resultado de la diversidad
vegetal. Los árboles frutales en el huerto y cercos vivos, así como
también los cultivos forrajeros son altamente productivos. Los animales
proporcionan huevos y leche a la familia.
Un análisis nutricional del sistema demuestra que para una familia
típica, después de lograr suplir el 95% de sus necesidades alimenticias,
queda un superávit de 250% de proteína, 80% y 550% de vitamina A y C
respectivamente, y 330% de calcio. El análisis económico familiar indica
que el balance entre vender el superávit y comprar artículos preferidos
genera un ingreso neto anual cercano a 790 USD.
El monto del ingreso no considera la disminución de 40% en los costos
de producción. Si la producción de la finca se vendiese a precio de
mayorista, la familia podría obtener un ingreso neto mensual 1,5 veces
mayor al jornal mínimo legal en Chile, y con solo unas pocas horas
semanales de dedicación a la finca. El tiempo restante es usado por la
familia para otras actividades que generan ingresos adicionales, dentro o
fuera de la finca.
Región andina
Desde la década de los ochenta un grupo importante de investigadores,
técnicos y promotores de diversas organizaciones no gubernamentales e
instituciones académicas ha promovido la recreación de la agricultura
campesina andina en su íntima relación con las cosmovisiones
tradicionales, pero incorporando elementos científicos de la
agroecología. En muchos sentidos, la agricultura andina ofrece un enorme
potencial para desarrollar una estrategia agroecológica exitosa.
Un ejemplo fascinante es el renacimiento de un ingenioso sistema de
campos elevados y canales llamados waru warus, que se desarrollóen el
altiplano andino peruano-boliviano hace unos 3 000 años. De acuerdo con
la evidencia arqueológica, en los waru warus se produjeron cosechas
abundantes a pesar de las inundaciones, las sequías y las heladas tan
comunes en altitudes de casi 4 000 m (Erickson y Chandler, 1989).
En 1984 varias ONGs y agencias estatales del Perú crearon el
“Proyecto interinstitucional de rehabilitación de waru-warus” con la
intención de ayudar a los agricultores locales en la reconstrucción de
estos antiguos sistemas. La combinación de camas de tierra elevadas con
canales ha demostrado tener importantes efectos en la moderación de la
temperatura y la ampliación del ciclo productivo, lo que se ha traducido
en una mayor productividad de los waru warus, en comparación con los
suelos planos fertilizados con insumos de síntesis química.
En el distrito de Huata, Puno, los cultivos en camellones
reconstruidos tuvieron rendimientos sostenidos de papa de 8 a 14 t/ha al
año. Estos valores contrastan favorablemente con el rendimiento anual
promedio de papa en Puno de 1-4 t/ha. En waru warus reconstruidos en la
localidad de Camjata (distrito de Capachica, Puno) los rendimientos de
papa alcanzaron 13 t/ha/año y los de quinua hasta 2 t/ha/año (Erickson y
Chandler, 1989).
En los Andes del norte del Perú, también en los años 80,
instituciones gubernamentales y ONGs de Cajamarca, junto con
organizaciones campesinas, se embarcaron en un proyecto de restauración
de terrazas antiguas abandonadas.
En 10 años se restauraron aproximadamente 1 124 hectáreas de terrazas
y se sembraron más de 550 000 árboles. Los rendimientos de papa
subieron de 5 a 8 t/ha y los de oca (Oxalis tuberosa) de 3 a 8 t/ ha. La
mayor producción de forraje para el ganado incrementó el ingreso anual
de las familias de 108 USD en 1983 a más de 500 USD a mediados de los 90
(Sánchez, 1994).
Otro proyecto similar impulsado por el gobierno local en el valle del
Colca –Andes del sur– auspició la construcción de 30 hectáreas de
terrazas; en el primer año los rendimientos de papa, maíz y cebada
aumentaron en 43-65%, comparados con la producción de estos cultivos en
laderas. En las terrazas, como cultivo de rotación o asociado, se
utilizó muchas veces el tarwi o chocho (Lupinus mutabilis) –una
leguminosa– lo que redujo significativamente la necesidad de
fertilizantes.
Centroamérica
Hoy en día se estima que cerca de 10 000 familias en Nicaragua,
Honduras y Guatemala adoptaron prácticas de conservación de suelos a
través de la metodología de capacitación “campesino a campesino”. La
adopción de estas prácticas en laderas llevó a triplicar los
rendimientos de maíz y frijol de 400 kg/ha a 1 200-1 600 kg. Este
aumento de la producción de grano por hectárea aseguró que las 1 200
familias que participaron en el programa pudieran garantizar el
suministro de grano para el año siguiente.
Una de las prácticas más comunes fue la introducción del frijol
terciopelo (Mucuna pruriens), que puede fijar hasta 150 kg de nitrógeno
por hectárea, y producir hasta 35 toneladas de materia orgánica al año
para que los agricultores logren mayor producción de maíz. La inversión
de trabajo para el deshierbe se redujo en 75% y los herbicidas se
eliminaron por completo (foto 2).
Gracias a la red Campesino a Campesino, la difusión de estas
tecnologías se ha realizado rápidamente. En un año, más de 1 000
campesinos recuperaron tierras degradadas en la cuenca de San Juan,
Nicaragua.
Los análisis económicos de estos proyectos indican que la adopción de
cultivos de cobertura ha reducido la utilización de fertilizantes
químicos (de 1 900 a 400 kg/ha), a la vez que aumentaron los
rendimientos de 700 a 2 000 kg/ha con bajos costos de producción. Las
ventajas de estos rendimientos se aprecian al compararlos con los de los
agricultores que aún mantienen monocultivos y usan fertilizantes
agroquímicos.
Tal vez el esfuerzo agroecológico más extendido en América Latina
promovido por ONGs y organizaciones campesinas es el rescate de
variedades de cultivos tradicionales o locales (variedades criollas), su
conservación in situ a través de bancos comunitarios de semillas y su
intercambio a través de cientos de ferias de semillas.
Por ejemplo, en Nicaragua el proyecto “Semillas de identidad”, que
involucra a más de 35 000 familias en 14 000 hectáreas, ya ha recuperado
y conservado 129 variedades locales de maíz y 144 de frijoles
(http://semillasidentidad.blogspot.com).
Cuba
En Cuba se estima que las prácticas agroecológicas se utilizan en 46 a
72% de las fincas campesinas que, al ocupar el 25% de las tierras
arables, producen más del 70% de la producción nacional de alimentos,
incluyendo 67% de raíces y tubérculos, 94% del ganado menor, 73% de
arroz, 80% de las frutas y la mayoría de la miel, frijoles, cacao, maíz,
tabaco, leche y la producción de carne (Rosset y otros, 2011).
Más de 100 000 pequeños agricultores que utilizan métodos
agroecológicos obtienen rendimientos por hectárea suficientes para
alimentar a cerca de 15 a 20 personas por año, con una eficiencia
energética mayor de 10:1.
Un estudio realizado por Funes- Monzote y otros (2009) muestra que
los pequeños agricultores que utilizan sistemas agropecuarios integrados
fueron capaces de lograr un incremento tres veces mayor en la
producción de leche por unidad de superficie forrajera (3,6 t/ha/año),
así como un aumento de siete veces en la eficiencia energética. La
producción de energía (21,3 GJ/ha/año) se triplicóy la producción de
proteínas se duplicó(141,5 kg/ha/ año) a través de estrategias de
diversificación de las explotaciones ganaderas especializadas.
El crecimiento del movimiento agroecológico se debe a los esfuerzos
de varios actores, pero en particular de casi la mitad del número de
pequeños agricultores independientes en Cuba –que son miembros de la
Asociación Nacional de Agricultores Pequeños (ANAP)–. En menos de una
década, se ha convocado la participación activa de los pequeños
agricultores en el proceso de innovación tecnológica y la difusión
mediante el modelo “agricultor a agricultor”, que se centra en el
intercambio de experiencias, el fortalecimiento de la investigación
local y la capacidad de resolución de problemas.
Los logros agroecológicos también se han extendido a la agricultura
urbana, con más de 383 000 fincas urbanas, que abarcan 50 000 hectáreas
de tierra anteriormente abandonada, y dan origen a una producción de más
de 1,5 millones de toneladas de hortalizas –las huertas urbanas logran
un rendimiento anual promedio de entre 15 y 20 kg/m2 de comestibles sin
utilizar productos químicos–, suficiente como para abastecer a 40, 60% ó
más de todos los vegetales frescos que se consumen en ciudades como La
Habana, Villa Clara y otras. Ningún otro país del mundo ha alcanzado
este nivel de éxito con una forma de agricultura que reduce el
transporte de alimentos, el uso de energía e insumos, y cierra
efectivamente los ciclos de producción y consumo local.
Dado el dinamismo económico y las condiciones climáticas de la isla,
el campesinado cubano, al aplicar las estrategias agroecológicas muestra
hoy mayores índices de productividad, sostenibilidad y resiliencia.
La agroecología impulsada por el movimiento Campesino a Campesino
están demostrando ser la manera más eficiente, barata y estable de
producción de alimentos por unidad de tierra, insumos y mano de obra.
Dado que este proceso avanza, los agricultores más pequeños van
uniéndose a esta revolución agroecológica. Actualmente, el gobierno
otorga hasta 13,5 hectáreas a las familias interesadas en convertirse en
agricultores; hasta ahora hay 100 000 peticiones y la meta es llegar a
1,5 millones de hectáreas con manejo agroecológico, lo suficiente para
que esta isla alcance la soberanía alimentaria.
Resiliencia al cambio climático
De importancia clave para el futuro de la agricultura son los
resultados de observaciones del desempeño de las fincas agroecológicas
campesinas después de eventos climáticos extremos. Estos revelan que la
resiliencia a los desastres climáticos estáíntimamente relacionada con
el nivel de biodiversidad en las fincas: una de las principales
características de los sistemas agroecológicos.
Un estudio realizado en laderas centroamericanas después del huracán
Mitch demostró que los agricultores que utilizaban prácticas de
diversificación tales como cultivos de cobertura, cultivos intercalados y
agroforestería sufrieron menos daños que sus vecinos que producían
monocultivos convencionales. El estudio, liderado por el movimiento
Campesino a Campesino, movilizó a 100 equipos de
agricultores-especialistas para trabajar en parejas y realizar
observaciones de indicadores agroecológicos específicos en 1 804 fincas
sostenibles y convencionales.
El estudio abarcó 360 comunidades y 24 departamentos en Nicaragua,
Honduras y Guatemala. Se encontró que las parcelas diversificadas tenían
de 20 a 40% más tierra vegetal, más humedad en el suelo y menos erosión
y que experimentaron pérdidas económicas menores que las de sus vecinos
convencionales. Del mismo modo, en el Soconusco, Chiapas, los sistemas
de café (fotos 3 y 4) que exhibían niveles altos de complejidad vegetal y
diversidad de plantas sufrieron menos daños por el huracán Stan que los
sistemas de café más simplificados.
Cuando el huracán Ike azotó Cuba en 2008, después de 40 días los
investigadores realizaron una inspección de fincas en las provincias de
Holguín y Las Tunas y encontraron que las fincas diversificadas habían
perdido 50% de su producción, en comparación con el 90 o el 100% en los
monocultivos vecinos.
Además, las fincas manejadas agroecológicamente mostraron una
recuperación de la producción más rápida (de 80 a 90%, 40 días después
del huracán) que las dedicadas al monocultivo. En 2009, el Valle del
Cauca en Colombia pasó por el año más seco registrado en 40 años. Los
sistemas silvopastoriles intensivos, que combinan arbustos forrajeros
plantados en alta densidad bajo árboles y palmeras con pastos mejorados,
mostraron no solo que estos sistemas proporcionan bienes y servicios
ambientales a los ganaderos, sino también una mayor resistencia a la
sequía.
Conclusiones
Desde principios de los años ochenta, miles de campesinos, en
colaboración con ONGs, universidades, algunos centros de investigación y
otras organizaciones, han promovido e implementado alternativas
agroecológicas, como policultivos, integración de cultivos y animales y
sistemas agrofores¬tales, que simultáneamente incrementan la producción y
la conservación de recursos naturales (Altieri, 1999).
Un análisis de varios proyectos agroecológicos durante la década de
los noventa estima que en América Latina las iniciativas analizadas
involucraron a casi 100 000 unidades familiares en más de 120 000
hectáreas, lo que demuestra que la combinación de cultivos y animales se
puede optimizar para aumentar la productividad, mejorar la estructura
biológica de la finca y utilizar eficazmente los recursos locales y la
mano de obra (Altieri, 2009).
De hecho, la mayoría de las tecnologías agroecológicas promovidas por
las ONGs para mejorar los rendimientos agrícolas tradicionales,
triplicó la producción por unidad de superficie en las zonas marginales.
También se logróun incremento de la biodiversidad agrícola y sus
efectos positivos asociados en la seguridad alimentaria y la integridad
del medio ambiente.
Muchos estudios también enfatizan la importancia de incrementar la
diversidad vegetal y la complejidad de los sistemas agrícolas para
reducir la vulnerabilidad a eventos climáticos extremos. Las
observaciones realizadas por el equipo REDAGRES reafirma la efectividad
de la estrategia de diversificación de cultivos utilizada por los
agricultores tradicionales en el incremento de la resiliencia de los
agroecosistemas (Altieri y Nicholls, 2012).
La producción agroecológica es particularmente apropiada para los
pequeños agricultores, que constituyen la mayoría de la población rural
pobre. Los agricultores de escasos recursos que utilizan sistemas
agroecológicos son menos dependientes de recursos externos y tienen
menos deudas, lo que junto a rendimientos más altos y más estables
logrados por los diseños agroecológicos, promueve la soberanía
alimentaria y la autonomía productiva, reforzando procesos de
recampesinización en la región.
Referencias
- Altieri, M. A. 1999. Applying agroecology to enhance productivity of peasant farming systems in Latin America. Environment, Development and Sustainability 1: 197-217.
- Altieri, M. A., Funes, F., y Petersen, P. 2012. Agroecologically efficient agricultural systems for smallholder farmers: contributions to food sovereignty. Agronomy for Sustainable Development 32: 1-13.
- Erickson, C. L. y Chandler, K. L. 1989. Raised fields and sustainable agriculture in lake Titicaca Basin of Peru, en Fragile Lands of Latin America, Westview Press, Boulder, pp. 230-243.
- Rosset, P. M. y otros. 2011. The campesino-to-campesino agroecology movement of ANAP in Cuba: social process methodology in the construction of sustainable peasant agriculture and food sovereignty. Journal of Peasant Studies, Vol.38(1), pp. 161–91.
- Wezel, A., Bellon, S., Doré, T., Francis, C., Vallod, D. y David, C. 2009. Agroecology as a science, a movement, and a prac¬tice. Agronomy for Sustainable Development, Vol. 29(4), pp. 503- 515. http://dx.doi.org/10.1051/agro/2009004
*Universidad de California, Berkeley, y Sociedad Científica Latinoa¬mericana de Agroecología (SOCLA)
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