El estruendoso ruido de los cañones
que bajaban su carga una y otra vez tenían aterrorizados a la comunidad
indígena añu que habitaba a pocos kilómetros donde se libraba la batalla naval
del Lago de Maracaibo. Previamente ya estaban muy inquietos al observar durante
varios días las distintas maniobras de los buques de guerras en ese paraje.
Era el año de 1823, para ser más
específico un día jueves y cerca del final de la tarde comenzó el fiero
enfrentamiento entre la escuadra española y la escuadra venezolana. En dos
horas de recio combate se decidió la acción que sellaría la independencia de
Venezuela.
De una de los barcos en llamas,
saltaron parte de su tripulación al lago y nadando con desespero trataron de
llegar a la orilla, la mayoría de los que lograron tocar tierra fueron
nuevamente capturados por la fusilería venezolana. Uno de ellos, aun herido
logro esconderse entre los manglares y eludió la firme requisa para encontrar a
los vencidos. Durante tres días casi agonizante se mantuvo bajo resguardo y
cuando sus fuerzas comenzaban a abandonarlo es encontrado y auxiliado por los
añu y fue llevado a uno de sus palafitos (ranchería construida sobre el lago)
para ser curado y alimentado.
Una joven india Añu de nombre
Aniin, que significa en su idioma “Aquí”, asumió el encargo de cuidarlo,
proceso que duro varios meses, tiempo suficiente para que el marino se
recuperara totalmente y reflexionara sobre su futuro inmediato, la cual fue el
de no regresase a España y quedarse hacer familia con Aniin y ser parte de esa
comunidad indígena.
El marino resulto ser el segundo
Capitán de la Fragata San Carlos, de nombre Miguel Ortega Moran y García,
aguerrido y valiente hombre de mar, que unió su alma al noble pueblo añu, de lo
que es en el presente el pueblo de Santa Rosa de Agua, en la Ciudad de
Maracaibo, al oeste de país. Aniin represento para el Capitán Ortega, el
sentimiento más puro. La descendencia entre Miguel Ortega y Aniin fue
prolifera, se estima que tuvieron más de diez hijos. Fue una mujer llena de
bondad, Miguel admiraba en ella su afecto por los animales, a tal punto que
tenia la creencia que podía comunicarse con ellos.
Donde Aniin se sentaba, llegaban
las aves, los mapaches, las mariposas, cangrejos, las distintas especies de la
zona y todas en armonía, disfrutaban de su presencia. Si estaban enfermos al
solo tocarlos los reanimaba y se curaban. Para ella, cada especie tenía una
razón de ser y esas vidas debían respetarse. Fueron sus otros hijos.
Hoy a casi dos siglos de la llegada
del Capitán Ortega a esa tierra de sueños, llamada posteriormente Capitán Chico
en su honor, Aniin sigue representando la expresión humana más genuina que une
a los dos continentes y el sentimiento proteccionista de la cultura Añu por sus
especies y por todo lo que significa el amor a la naturaleza.
Enviado por:
Lenin Cardozo, ambientalista
venezolano
No hay comentarios:
Publicar un comentario