Con este artículo intentamos divulgar una primera entrega de una visión de análisis del tema relacionado con las semillas de maíz, el cual puede ser traspolado para analizar la dominación y peligros que subyacen, para cualquier
tipo de semilla que haya o esté siendo trabajada desde las llamadas
“instituciones científico-técnicas públicas o privadas”. Además se
intenta develar los intereses que condujeron a la erosión de nuestra
Agricultura Indocampesina o Campesina por el sistema de producción de la
Rockefeller.
Ancestralmente
la cultura de nuestros pueblos originarios y los campesinos, lograron y
adaptaron las semillas de sus cultivos según sus demandas culturales y condiciones agroecológicas. Semillas y cultivos que tributan al sustento de los pueblos en armonía con el todo. Estos logros intelectuales, nunca han sido propiedad de hombre alguno, por el contrario son patrimonio cultural de
todos y más aún, son ofrendas que departen los pueblos. Y lo más
importante es que muchos de esos cultivos, frutos o semillas son
sagrados, para nuestra cultura originaria. El caso del maíz tiene una connotación cultural muy
profunda en los pueblos de la hoy América. Junto con el amaranto, la
papa, la yuca, la quinua, no sólo constituyó parte de una importante y
diversa base alimenticia (Sanoja, 1997), sino que es valorado con una carga espiritual en nuestra cosmogonía, cosmovisión y cosmovivencia tan importante, que es considerado sagrado, origen del género humano y parte de las deidades. Con el desarrollo de la sociedad eurocéntrica y su industrialización, toda esta estima cultural se ha reducido, materializado,
mercantilizado, a un rubro, artículo de consumo, a un bien, una
mercancía, un commodities, una materia prima; que ya ni nutre, ni da salud, sino genera ganancias a sus nuevos e ilegítimos propietarios.
Según Vessuri (2003), los Estados Unidos de Norteamérica, entre 1909 y
1919 resolvió la base teórica de la hibridación y los rendimientos de
sus maíces estuvieron estancados entre 1920 y 1925, cuando cayeron en
franca disminución. Como lo demuestran los datos de Jugenheimer (1959)
entre los años 1.934-1.938 el rendimiento del maíz de
los Estados Unidos de Norteamérica tuvo un promedio de 1.400 Kg/Ha
(cifra posiblemente sobrestimada, pues incluye estimaciones en equivalencia de granos para el maíz ensilado, forrajero y el maíz comido en pie); mientras los maíces de América del Sur
promediaron 1.530 Kg/Ha, destacando Argentina con 1.810 Kg/Ha; Bolivia
3.000 Kg/Ha; Brasil 1.390 Kg/Ha; Perú 1.610 Kg/Ha; Chile y Venezuela
1.380 Kg/Ha. Ante este panorama los administradores del Departamento
de Agricultura (USDA) comenzaron a promover el método de la hibridación
para aumentar sus rendimientos. En conjunto con National Academy of Sciences-National Research
Council (NAS-NRC), organización científica privada “sin fines de
lucro”, con domicilio en los Estados Unidos, que trabaja y asesora al Gobierno Federal y
la Fundación Rockefeller (organización privada también “sin fines de
lucro” hija de la Standard Oil Company, la compañía petrolera
norteamericana más grande e importante del entonces),
deciden recolectar en nuestros pueblos latinoamericanos (Centro, Sur y
Caribe), la mayoría de razas posibles de maíces autóctonos, para
mejorarlos genéticamente y tener una amplia base genética para
utilizarlos en la hibridación y luego comercializarlos a nivel mundial. Para lograr este fin, en 1.950, bajo el subterfugio de la investigación para “mejorar la producción nacional de maíz de
estos pueblos”, se concibe un convenio entre la Fundación Rockefeller y
el Ministerio de Agricultura de Colombia. Envían grupos de científicos
norteamericanos, quienes con la contratación y colaboración de
ministerios, centros de investigación, universidades, investigadores y
profesionales nacionales inician la recolección, no solo del material germoplásmico de nuestros maíces, sino además los saberes culturales relacionados con cada raza. Según se desprende del trabajo
de Grant y col. (1.963), las colecciones de cada país fueron
acompañadas por publicaciones científicas a saber: Races of Maize in
Mexico (1.952); Races of Maize in Cuba (1.957); Races of Maize in
Colombia (1.957); Races of Maize in Central America
(1.957); Races of Maize in Brazil and Other Eastern South American
Countries (1.958); Races of Maize in Bolivia (1.960); Races of Maize in
the West Indies (1.960); Races of Maize in Chile (1.961); Races of Maize
in Perú (1.962); Races of Maize in Ecuador (1.963) y Races of Maize in
Venezuela (1.963); comenzando un proceso de apropiación intelectual, que posteriormente culminaría con la patentización industrial;
así como una especie de saqueo lícito, donde éstas colecciones (de una
gran diversidad de semillas), fueron a nutrir los bancos de germoplasma
internacionales.
Riccelli (2000) reporta que el 95% de la diversidad genética del maíz, hoy día está “preservada” en 25 bancos de germoplasma alrededor del mundo. Grant y col. (1963) señalan
que la NAS-NRC decide establecer tres centros de investigación, en
México, Colombia y Brasil, para “continuar las investigaciones en el
mejoramiento científico de las semillas de maíz”. El centro de México, se encargaría de los trabajos en México, Centroamérica y el Caribe (incluyendo a Venezuela); Colombia del resto de los países andinos (Colombia, Bolivia, Chile, Perú, Ecuador) y Brasil, los países del sureste
de América (Paraguay, Argentina y Uruguay). Este trabajo no sólo
consistió en la biopiratería y bioespionaje encubierto, sino que por
supuesto incluyó el “entrenamiento de investigadores” para que
trabajaran en sus respectivos países, los planes de fitomejoramiento al servicio
de la privatización, apropiación y mercantilización de la Fundación
Rockefeller. En 1.966 en un convenio entre la Fundación Rockefeller y el
gobierno de México, el centro de México se convierte en el Centro
Internacional para el Mejoramiento del Maíz y el Trigo (CIMMYT); de allí
surgió la Revolución Verde y en 1.970 se le otorga a uno de sus
investigadores, Norman Borlaug, el premio nobel de la paz. De modo que
se expande a nivel mundial un desarrollo tecnológico para monocultivos, mediante el uso de semillas de maíz mejoradas e híbridas altamente
subsidiadas con insumos de origen petrolero. Es decir la actividad
investigativa “sin fines de lucro” llevada a cabo por la Fundación
Rockefeller, trajo como consecuencia la dependencia agrícola y alimentaria
de nuestros países; la entrega de la soberanía genética; un fuerte
desgaste de nuestra variabilidad genética; un enorme daño ecológico; la
concentración de la gran propiedad de la tierra; un caudal de
campesinos desplazados condenados a la pobreza; y la erosión de
nuestras endógenas y sustentables culturas Indocampesinas; siendo
desplazadas por los sistemas de producción agroempresarial; acrecentando cuantiosamente los negocios y ganancias mundiales de su centro madre, la Standard Oil Company, propiedad de los Rockefeller.
El investigador venezolano San Vicente (2000) describe parte del andamiaje institucional científico logrado por la Rockefeller en estos términos: “…más de 100 científicos procedentes de 40 países forman parte del personal del CIMMYT, el resto está asignado a 16 países en desarrollo, colaborando con alrededor de 100 naciones en todo el mundo. Este personal regional provee un vínculo vital con los colaboradores de los programas nacionales, conduciendo investigaciones conjuntas, facilitando el flujo de dos vías a través del cual, el material genético
mejorado fluye desde el CIMMYT hacia los países cooperadores y
resultados de las investigaciones fluye desde los países cooperadores
hacia el CIMMYT. Además más de 2500 investigadores de todo el mundo han
recibido entrenamiento en los programas de capacitación ofrecidos por el Programa de Maíz del CIMMYT. Numerosos científicos venezolanos, tanto del sector oficial como privado, han recibido entrenamiento formal o informal en las instalaciones del CIMMYT, en México o Cali, Colombia. Estos entrenamientos consisten en cursos cortos, visitas cortas, asistencia a congresos y postdoctorados. El CIMMYT trabaja con los ministerios de agricultura de los países en desarrollo así como con sus colegas de los programas nacionales de investigación agrícola y de organizaciones no gubernamentales. El personal del CIMMYT colabora muy de cerca con sus homólogos en numerosos centros científicos de excelencia en el mundo...” (En cursiva nuestro).
Luego, la Fundación Rockefeller impulsa la creación de una red internacional para la investigación agrícola, creándose en 1.971 el Grupo Consultivo para la Investigación Agrícola Internacional (CGIAR); el cual es financiado por la FAO, el Fondo Internacional para
el Desarrollo Agrícola y el Programa de Naciones Unidas para el
Desarrollo (PNUD); con 15 centros de investigación a nivel mundial y más de 8.000 científicos, trabajando en más de 100 países1.
Obviamente uno de estos 15 centros, es el CIMMYT y una de sus directrices estratégicas actuales
es el uso de la biotecnología (“técnicas moleculares”) para la
obtención de germoplasma resistente a insectos-plagas y tolerantes a
sequía.
Como fácilmente se puede apreciar, todo el andamiaje científico-técnico nacional e internacional agrícola está penetrado y diseñado a la férrea medida de los intereses económicos del agronegocio del norte, del sur, del este y oeste. En pocas palabras hay una globalización
científico-técnica que trascendió las fronteras ideológicas.
Históricamente, hay tres etapas dónde este andamiaje ha prometido
resolver el problema del hambre a nivel mundial, a saber: el mejoramiento de variedades; la hibridación y ahora ofertan la transgénesis. Cualquier revolución emancipadora, debe revisar a fondo este andamiaje que acecha por el norte, el sur y el Caribe.
Con el devenir de los años, las semillas de varios cultivos que los pueblos orgullosos y generosos cedieron al “desinteresado
investigador extranjero sin fines de lucro, que venía a mejorar la
producción para erradicar el hambre”, hoy se encuentran ilegítimamente
expatriadas, secuestradas por expertos, apropiadas y privatizadas por
patentes, sometiendo a los pueblos que culturalmente las lograron y compartieron.
Escrito por: Andrés Avellaneda
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