Atajar la crisis climática obliga a cambiar la manera de
alimentarse. La fórmula actual de producir la comida supone casi un
tercio de las emisiones gases de efecto invernadero por lo que resulta
imposible contener el calentamiento global sin que el mundo –sobre todo
el rico– modifique su dieta con urgencia: más vegetales y carne
producida con sistemas que utilicen menos energía, según el último
informe del Panel Internacional para el Cambio Climático de la ONU
(IPCC) publicado este jueves.
El documento, aprobado
este miércoles, viene a indicar que no basta con aplicar medidas a la
producción de energía en las centrales eléctricas o los motores de los
vehículos. No basta con transformarse en eólico y solar. En ocubtre de
2018, el IPCC ya avisó de que solo medidas urgentes y drásticas en la
próxima década podrían evitar lo peor del cambio climático limitando el
aumento de la temperatura global a 1,5ºC. Este nuevo informe añade otro
paquete medidas cruciales.
Los expertos calculan que
la producción de comida lanza unas 11 gigatoneladas de gases a la
atmósfera. Son 11.000 millones de toneladas de gases de efecto
invernadero a base de prácticas agrícolas, el cambio en el uso del
suelo, el almacenamiento, transporte, procesamiento, empaquetado y
consumo de los productos. La ministra en funciones de Transición
Ecológica, Teresa Ribera, ha subrayado tras conocer el informe que el
estudio indica «lo fundamental que es el suelo. Un bien precioso y
escaso que ha pasado de ser un sumideros de gases a un emisor» por el
uso intensivo que ha impuesto la humanidad.
Lo que va al plato
Los
científicos piden variar hacia lo que llaman dietas más saludables.
¿Qué alimentos citan? Hablan de cereales, legumbres, verduras, frutos
secos y semillas. También carne, pero con métodos de producción que
permitan un uso «menos intensivo» de energía. Uno de los coordinadores
del informe, Jim Skea, ha incidido en que ellos no recomiendan una dieta
a la gente. «Señalamos que, según la evidencia científica, hay dietas
que tienen una menor huella de carbono». Es decir, un impacto climático
menor.
El Panel considera que estos cambios tienen el potencial para evitar que entre 1,8 y 3,5 gigatoneladas de CO2
terminen en la atmósfera. Y añaden otro aspecto: frenar el desperdicio
de comida. Al tirar menos alimentos se reduce la necesidad de consumir
más con lo que se rebaja la expansión de tierras dedicadas a la
producción. Los científicos han calculado que un tercio de los alimentos
que se producen terminan desperdiciados. Una buena proporción del
efecto invernadero se crea para nada.
Factura climática de la comida
La
mayoría de la superficie terrestre del planeta se dedica a producir
alimentos o vestido. Hasta un 72% del suelo libre de hielo está
destinado a mantener a la población. El informe explica qué implica esta
presión: el incremento en la producción de comida ha acelerado el uso
intensivo de la tierras. También ha obligado a aumentar la aplicación de
fertilizantes a base de nitrógeno y el consumo de agua para el riego.
Todo
esto ha multiplicado las emisiones. El cambio de uso de los suelos para
sostener este crecimiento global ha contribuido a la cantidad de CO2
lanzado «sobre todo por la deforestación», explican. Es decir, la
desaparición de árboles para dar paso a campos de cultivo o pastos para
rebaños. También ha subido la cantidad de óxido nitroso emitido (N2O) por la agricultura y la de metano (CH4) por el ganado. Hasta la mitad de este gas, de gran potencial invernadero, sale de las cabañas ganaderas.
Las medidas que ponen encima de la mesa abarcan desde la reducción en las emisiones de N2O de
los fertilizantes, la del metano de los arrozales, la mejora genética
para que los cultivos soporten mejor las sequías y que el ganado tenga
una mejor alimentación además de gestionar sus desechos. Le atribuyen un
potencial de ahorro entre 1,4 y 4 gigatoneladas de gases al año.
El cambio climático degrada los campos
La
influencia entre la obtención de comida y el cambio climático es de ida
y vuelta. A medida que la temperatura crece se exacerban los daños:
mayor desertificación, más degradación del suelo… Esto se traduce en
peores rendimientos de las cosechas. En consecuencia un previsible
encarecimiento del producto. Sus previsiones apuntan a que los precios
de los cereales pudieran subir hasta un 29% para 2050.
Pero
también afectará a la calidad de la misma comida ya que la mayor
concentración de dióxido de carbono influirá en la composición de los
nutrientes como, por ejemplo, las proteínas.
Freno a la fórmula de la bioenergía
El
biodiésel a escala mundial desplaza a la comida, advierte el informe.
Una de las soluciones adoptadas generalmente por los estados para
cumplir con su compromisos de emisiones ha sido la apuesta por los
biocarburantes. La bioenergía que se obtiene a base de cultivos como la
palma o la colza. Los expertos avisan de los riesgos y aseguran que hay
límites al cultivo de estas variedades. ¿Por qué? La proliferación de
estas plantaciones puede suponer efectos «irreversibles» en la
desertificación de la tierra.
Lo que describe el Panel es que la idea de recortar emisiones de CO2 a
base de sustituir el combustible fósil por, por ejemplo, biodiésel,
tiende a crear una competencia por el suelo entre los cultivos para
energía y los destinados a producir variedades que alimenten a la
población.
El documento incluye una advertencia:
«Muchas de las respuestas toman tiempo para producir sus efectos». Piden
paciencia. Sin ir más lejos, señalan que medidas como cambiar la manera
de producir o variar la dieta precisan de un periodo de adaptación.
Incluso la reforestación de la cubierta vegetal no se consigue
rápidamente. Las plantas tienen que crecer.
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